domingo, 6 de julio de 2008

Realismo maravilloso en Queensboro Plaza

Realismo maravilloso en Queensboro Plaza
Cuento de héctor Amarante

En la estación de Queensboro Plaza, Queens, un hombre viejo y desamparado, el último día de otoño del 1997, levitó en medio de la muchedumbre que esperaba un tren Q. Fue algo muy extraño y espectacular. Poco asombrados, con la boca y los ojos abiertos a más no poder de su falta de asombro, todos vieron que su barba le llegaba al ombligo, y que el pelo de la cabeza era tan blanco como pelo de ángel y sus ropas tan raídas como la de un muñeco de trapos explotados en carnaval o en el Día de la Resurrección. Había subido con todo y su bolsa plástica.
Ante tan raro espectáculo la multitud empezó a silenciarse y quedarse casi inmóvil mientras el hombre levitaba gentil y graciosamente. Una paloma torcaz empezó a salir por el viejo hoyo de su ombligo; ya afuera, inició un vuelo a ras de cabezas defendiéndose, con movimientos bruscos, de posibles manotazos.
Voló y voló hasta hacerlo directamente sobre los rieles, esperando la llegada del tren Q que venía pitando como potro mecánico que es; posada el ave sobre el borde del techo del primer vagón del Q, no sólo lo detuvo con una extraña fuerza sino que lo hizo devolver, lentamente. La multitud, casi a coro, soltó una prolongada interjección:
-¡Wao!
La multitud, sin capacidad de sorprenderse, quedó inmóvil, como si la cotidianidad de vivir el mundo del subway en Nueva York no le permitiera sorprenderse. -Only in New York Decían algunos.
El inmenso grupo, silencioso aún, convertido en masa infiel, había desatendido al levitante y se mantuvo posando su preclara atención en la paloma que devolvía la testa del monstruo; cuando casi se cumplía un minuto de la lucha entre el ave y el tren, la gente tuvo que volver a fijar su atención en el anciano. De su bolsa plástica negra, salió otra paloma; su vuelo tan difuso fue fugaz y con aleteos fugaces, como celajes en las penumbras.
También en ese instante el desamparado se identificó con un vozarrón más potente que el ruido del Q que pugnaba con la primera paloma por no retroceder. Entonces se identificó diciendo ser un nuevo e intrépido Noé, quien dizque había peleado contra las convulsas aguas del Diluvio Universal:
-Soy el Noé bíblico. El Q me salvará de todos ustedes, miserables newyorquinos1.
Apagando su voz, entonces desde el nivel de su altura levitante, se lanzó como águila en picada tras la presa, cayendo al medio de las vías, consciente que el Q avanzaba con su ruido y su silbido arrollando y comiéndose la plataforma o estación de espera.
Todos vieron entonces, cómo volaron pelos de las barbas remojados con sangre de una cabeza bautista como cortada por la guillotina del asesino Q. También volaron por los aires plumas de palomas y un papel amarillo del Departamento de Salud Mental del New York Prebisteryan Hospital, con instrucciones para el paciente dado de alta.
1 “Newyorkinos” o “neoyorquinos”, es una modalidad particular del autor nombrar a los residentes de aquella ciudad.

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