sábado, 5 de julio de 2008

Un cuento de Héctor Amarante

Medusa dividiendo entre cero en un tren R


El 27 de febrero de 1994, a las 8 de la mañana, Astroberto, viajaba a su oficina atado a un asiento de nadie, en un vagón del tren R.
Iba pegado a un rincón como un animal tímido y acuático y a ello sumaba el efecto de que el tren R newyorquino es una máquina de auto-aislamiento; nadie parece dispuesto a una sonrisa y aunque se esté feliz y contento es como un candado el rostro adusto de cada uno, pues casi nadie conoce a nadie en ese tren en el que todos se temen. A propósito de aquello de animal tímido, muchos se refieren al tren como que es una culebra de hierro; es por eso que Astroberto le teme al tren y a los reptiles. Tantas veces sube al tren R tiende a dormirse. En aquel día no pudo hacerlo.
Todo el día tuvo clavado en su cerebro, como un espanto de belleza, el cuadro de una señora de treinta y seis que, al entrar bruscamente, una vez sentada, en un santiamén, abrió sus piezas locomotoras (tobillo izquierdo sobre rodilla derecha)
Astroberto, con su experiencia, captó un raro desequilibrio entre la belleza enorme de aquella dama de treinta y seis y cierta baja estima personal, pues no es tan común que en el tren R ocurra algo así, es decir, la presencia de una mujer tan bella, tan elegante, pero sin ningún escrúpulo. Sin dudas, era una dama provocadora y provocativa, pues ni siquiera llevaba hilo dental.
Cuando el tren R había rebasado dos plataformas sin detenerse, Astroberto, de repente empezó a manifestar convulsiones clónicas y tónicas. Perdió autonomía y casi se desmayó, mientras la mujer lo miraba fijamente.
Recuerdo que se había subido al R en la 63 de Rego Park, Queens, para detenerse en la calle 42, pero se le pasó la estación y ya en las fronteras de Brooklyn, desde la división en cero de la mujer en cuestión desembocó una culebrita roja, que en nada era el especimen de una culebrita coral con sus bellísimos pero peligrosos colores venenosos.
Cuando ella se dio cuenta de que Astroberto se había percatado del bello reptil, sonriente, le dijo:
-Soy Medusa.
Entonces la mujer cerró sus piezas locomotoras y desde su cabeza, por bellos y finos pelos, salieron docenas y docenas de culebritas tan finas y ondulantes que parecían sus cabellos.

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